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Los argivos, seguramente por inluencias egipcias, adoraban a la luna como vaca, porque el cuerno de la luna nueva era considerado el origen de todas las aguas, y por tanto del follaje con que se alimentaba el ganado. Esta era Io, que cambiaba de color como la luna: blanca para la luna nueva, roja para la luna de las cosechas, negra para la luna en menguante. Eran a la vez las tres edades de la mujer: doncella, ninfa y vieja. Io, posteriormente asimilada a los dioses olímpicos, aparece como sacerdotisa de Hera y, como tantas otras, va a ser seducida por Zeus, quien la transformó en vaca para evitar las sospechas de su esposa, pero Hera no se dejó engañar y envió un tábano para que la picase continuamente. La vaca emprendió entonces una larga huida, perseguida por el tábano, hasta llegar a Egipto. Una vez allí, Zeus devolvió a Io la forma humana y ésta engendró un hijo del dios, llamado Épafo.
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