lunes, 17 de mayo de 2010

Orfeo, en busca de la unidad perdida


Cuentan los órficos en su teogonía, que en el principio era el Huevo primordial cósmico, la unidad perfecta, la plenitud de una totalidad cerrada. Pero el Ser se degrada a medida que la unidad se divide en individuos y formas separadas. A este ciclo de dispersión le sigue otro de reintegración de las partes a la Unidad.

En la base de esta creencia está la versión del mito de Dionisos según la cual fue despedazado por los titanes que, a su vez, fueron fulminados por el rayo de Zeus. Y de estas cenizas nace la raza de los hombres, que arrastra una herencia titánica, el cuerpo perecedero y una divina, el alma inmortal.

Mediante unos rituales y unas normas de purificación -entre las que se contaba el vegetarianismo- alejadas del culto primitivo a Dionisos, con sus sacrificios rituales y sus canciones fálicas, el alma inicia la reconquista de la plenitud perdida. Surge una concepción dualista de la naturaleza humana, centrada en considerar al “cuepo como cárcel del alma” que ejercerá una notable influencia dentro de las comunidades pitagóricas y de la filosofía socrático-platónica, las escuelas helenísticas y el cristianismo.
Orfeo, el músico cuyas notas estan dotadas de magia, el que baja al reino de los muertos para recuperar a su esposa Eurídice, es, para los griegos, el iniciador de esta doctrina espiritual.

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